Recorro las
calles, como cada día, adoquines mojados los días lluviosos. Mojados casi
siempre. Ciudad con olor a lluvia, a mar y a pasteles de Gascón. Suena Sabina
todos los días en la calle Real, un soñador que cada día tiene los dedos un
poco más desgastados y las arrugas un poco más pronunciadas; pero nunca falta a
su cita con los transeúntes, aunque solo recibe monedas de las que no brillan,
desgastadas, como sus dedos. Sin embargo él siempre regalando música, regalando
sonrisas.
Sigo
caminando, escaparates bonitos. Vestidos en unos, libros en otros, muebles
antiguos, juguetes, zapatos… pero llaman la atención los otros muchos en los
que solo cuelga un cartel de “se vende”. Ferrol ya no es lo que era, antes
tenía uno de los astilleros más importantes a nivel nacional, venía gente de
fuera porque se generaba trabajo. Ahora los de aquí tienen que marcharse para
poder encontrar uno. Es una ciudad pequeña y triste, pero yo creo que eso la
hace muy especial.
Continúo mi
paseo, niños de pantalón corto y falda plisada juegan alrededor de la estatua
del Marqués de Amboage, madres que hablan en las terrazas entre cafés y
cigarrillos. Le compro a Marina una herradura de chocolate, aún está caliente.
Llego a los floreados jardines de capitanía, parejas paseando de la mano entre
los bancos blancos. Las calles me llevan hacia abajo, me dejo llevar; olor a
mar. Casas viejas de colores, las he visto tantas veces… de pequeña siempre he
soñado con que era arquitecta y las restauraba todas, pero puede que entonces ya
no fueran las mismas casas ni tuvieran el mismo encanto.
Ya veo el mar
entre las casas. Palmeras, gaviotas, barcos. El viento sopla más fuerte en el
puerto, pero no es desagradable. Veleros, barquichuelas, yates, lanchas… y
siempre hay algún buque o algún crucero que atraca en Ferrol.
Pero sin
ninguna duda, lo mejor de Ferrol han sido siempre, son y serán sus playas.
Decir que son unas de las mejores playas del mundo no es exagerar; en verano los
turistas vienen a ver el Atlántico, pero los surfistas las visitan todo el año.
Ésta es mi
ciudad, a grandes rasgos… con su teatro Jofre, con su catedral de San Julián,
con su plaza del pescado, con su Cantón de Molins, con su arroz con leche y su
tarta de castañas; su estatua caída, su Torrente Ballester, su casa del Patín,
sus bocadillos del Canario, su plaza de Ultramar, sus pavos reales, su pequeña
Puerta del Sol, su tableta de chocolate y su Racing de Ferrol.
La ciudad que
me ha visto crecer y puede que algún día me vea marchar, pero si algo está
claro es que siempre será mi hogar, aquí, al lado del mar.